17 enero, 2006

Documento: Las Intenciones del Tio Sam

A continuación les ofrezco un extracto del documento "Las intenciones del tio Sam" de Noam Chomsky, particularmente interesante por las aluciones a nuestra situación latinoamericana. El documento completo puede ser encontrado en forma gratuita en formato pdf.

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Nuestro compromiso con la democracia

En casi todos los documentos de alto nivel, los planificadores de la política norteamericana insisten en que la primera amenaza para el nuevo orden mundial es el nacionalismo del Tercer Mundo, a veces denominado «ultranacionalismo»: los regímenes nacionalistas que son receptivos «a las demandas populares para mejorar los bajos niveles de calidad de vida de las masas» y destinar la producción a satisfacer las necesidades domésticas.

los principales objetivos son, pues, no se cansan de repetir, evitar que estos elementos «ultranacionalistas» lleguen al poder, o si por «casualidad» han llegado a él, desplazarlos e instalar en su lugar gobiernos que favorezcan las inversiones privadas de capital doméstico o internacional, la producción destinada a la exportación y el derecho a sacar los beneficios del país. (Estos objetivos están siempre presentes en los documentos secretos. Para los políticos son como el aire que respiran).

La oposición a la democracia y a las reformas sociales no son muy populares en el país de destino. No se pueden forjar alianzas con grandes sectores de la población, excepto con los pequeños grupos que están directamente involucrados con sociedades mercantiles norteamericanas o con los beneficios.

EEUU confía en la fuerza y establece alianzas con los militares, «los menos antinorteamericanos de cualquier grupo político de toda América latina», como escribieron los asesores de Kennedy, de manera que se puede confiar en ellos para aplastar a cualquier grupo indígena que se desmande.

Se puede tolerar alguna reforma social, como en Costa Rica por ejemplo, sólo si se suprimen los derechos laborales y si se preserva un clima favorable a las inversiones extranjeras. De esta manera al Gobierno de Costa Rica se le ha permitido llevar a cabo ciertas reformas sociales, respetando estos dos cruciales imperativos.

Otro problema incansablemente repetido en los documentos secretos es el excesivo liberalismo de los países del Tercer Mundo. (Esto constituye un verdadero problema en América latina, donde los gobiernos no están suficientemente comprometidos en el control del pensamiento y en las restricciones de viajes a particulares, y donde el régimen jurídico es tan deficiente que necesita pruebas y evidencias para condenar los crímenes).

Contra esta situación se dirigen los constantes lamentos de la administración Kennedy, ya que los documentos secretos aún no han sido «abiertos». los liberales de este período estaban ansiosos por frenar los excesos democráticos que daban pie a la a la gente pensar ideas «equivocadas».

Estados Unidos no era, sin embargo, ajeno a sentimientos de compasión con los pobres. A mediados de la década de los cincuenta, por ejemplo, nuestro embajador en Costa Rica recomendaba que la United Fruit Company, que prácticamente gobernaba Costa Rica, introdujera «un relativamente simple y superficial interés humano por las condiciones de los trabajadores, que podría tener un gran efecto psicológico».

El secretario de Estado, John Foster Dulles, estaba de acuerdo con esa política y le comentó al presidente Eisenhower que para mantener tranquilos a los latinoamericanos «es preciso darles una palmadita de vez en cuando, y hacerles creer que te gustan».

Es debido a todas estas circunstancias que la política de EEUU en el Tercer Mundo es tan fácil de entender. Nos oponemos frontalmente a la democracia si sus resultados no pueden ser controlados. El problema con las verdaderas democracias es que caen fácilmente en la herejía de que los gobiernos deben satisfacer las necesidades de su pueblo y no las de los inversores norteamericanos.

Un estudio sobre relaciones interamericanas del Royal instituto oí Internacional Agaires en Londres concluye que, mientras EEUU defiende verbalmente la democracia, el compromiso real es «con el capital privado y las empresas». Cuando los derechos de los inversores están amenazados, la democracia se puede olvidar; si esos derechos están salvaguardados se justifica la labor de los torturadores y los asesinos.

Gobiernos parlamentarios han sido barridos o derrocados, con el apoyo o intervención directa de EEUU: en Irán en 1953, en Guatemala en 1954, (y en 1963 cuando Kennedy respaldó un golpe militar destinado a impedir el retorno a la democracia), en la República Dominicana en 1963 y 1965, en Brasil en 1964, en Chile en 1973 y en muchos más lugares y ocasiones, en El Salvador y en otras partes del globo.

Los métodos no son muy agradables. lo que la «contra», sufragada por EEUU, hizo en Nicaragua, nuestros terroristas en El Salvador o en Guatemala, no son sólo crímenes ordinarios. Un elemento común es la tortura brutal y sádica, el arrojar niños contra las piedras, colgar a las mujeres por los pies y cortarles los pechos, arrancar la piel de su cara de manera que murieran desangradas, cortar las manos de las personas y exhibirlas clavadas en estacas. El objetivo es machacar la independencia nacional y a las fuerzas populares que pudieran establecer una verdadera democracia.


La amenaza de un buen ejemplo

Ningún país se libra de este tratamiento, no importa su condición. De hecho suele ser el país más débil y más pobre el que alimenta la peor histeria.

Por ejemplo, tomemos Laos en 1960, probablemente el país más pobre del planeta. la mayoría de su población ni siquiera sabía que existiera algo llamado Laos; tan sólo sabían que vivían en una pequeña aldea y que cerca había otras de las mismas características.

Pero tan pronto como una revolución de baja intensidad empezó a desarrollarse, Washington sometió Laos a sangrientos bombardeos con una «bomba secreta», que desbastó regiones enteras en operaciones que, fue reconocido, nada tenían que ver con la guerra que Estados Unidos estaba sosteniendo en Vietnam del Sur.

Granada tenía una población de poco más de 100.000 personas que vivían de la nuez moscada, y era difícil localizar la isla en un mapa. Pero cuando Granada comenzó una suave revolución social Washington se apresuró a destruir la amenaza.

Desde la revolución bolchevique de 1917 hasta el colapso de los regímenes comunistas de Europa Oriental de finales de los ochenta, era plausible justificar cualquier ataque estadounidense como una defensa contra la amenaza soviética. De manera que cuando los marines invadieron Granada en 1983, el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, explicó que en caso de un ataque soviético a Europa Occidental, una Granada hostil podría haber bloqueado los suministros de petróleo desde el Caribe a Europa Occidental, y no hubiéramos podido defender a nuestros asediados aliados. Ahora parece cómico, pero este tipo de patrañas ayudan a movilizar a la opinión pública para favorecer la agresión, el terror y la subversión.

La agresión a Nicaragua fue justificada con el argumento de que los sandinistas no iban a parar ahí, sino que se iban a extender a través de la frontera, hasta Hariingen en Texas, a sólo dos días de coche. (Para la gente con un nivel de educación superior hubo variantes más sofisticadas y más plausibles).

Por lo que concierne a la economía norteamericana Nicaragua podría no existir, así como El Salvador, y nadie lo notaría. Pero ambos países han sido agredidos por EEUU, con un costo de cientos de miles de vidas y muchos cientos de miles de dólares. Y hay una razón para ello. Cuanto más pobre y débil es un país, más peligroso es como ejemplo. Si un pequeño y pobre país como Granada puede tener éxito en brindar a su población una mejor calidad de vida, en algún otro país con mejores recursos se podrían preguntar: ¿por qué no nosotros?

Esto era cierto incluso en lndochina, que era bastante grande y disponía de importantes recursos. Aunque Eisenhower y sus consejeros no paraban de vociferar sobre su arroz, su estaño y su caucho, el verdadero temor era que el pueblo de Indochina alcanzara la independencia y la justicia social, el pueblo de Thailandia tratara de emularlos, y si funcionaba luego fuera Malasia, pronto Indonesia, y entonces una significativa parte de la «Gran Zona» se perdiera.

Si se desea un sistema global subordinado a las necesidades de los inversores estadounidenses, no se pueden dejar partes del sistema al azar. Esto queda meridianamente claro en los archivos documentales, incluso a veces, en los archivos públicos. Tómese el caso de Chile bajo Allende.

Chile es un país grande, con gran cantidad de recursos naturales, pero tampoco en este caso se iba a hundir la economía norteamericana si Chile se convertía en un país independiente. ¿Por qué estábamos tan obsesionados con él? Según Kissinger Chile era un «virus» que podía «infectar» toda la región hasta llegar a Italia.

A pesar de 40 años de subversión por parte de la CIA, Italia seguía teniendo un movimiento sindical. Si contemplaba un gobierno democrático y progresista que triunfaba en Chile quizá los votantes italianos recibirían el mensaje equivocado. Imaginemos que se les ocurren ideas descabelladas sobre tomar el control de su propio país y revivir el movimiento sindical que la CIA aplastó en 1940.

Los planificadores de la política norteamericana, desde los tiempos del secretario de Estado Dean Acheson, de finales de los cuarenta hasta nuestros días, advierten sobre los peligros que puede acarrear una manzana podrida dentro de un barril. El peligro es que esa podredumbre, el progreso social y el desarrollo económico, se pueda extender.

La teoría de la manzana podrida es presentada a la opinión pública como la teoría del dominó. La versión usada para asustar a la gente es la imagen de Ho Chi Minh sentado en una canoa y desembarcando en California, y cosas por el estilo. Quizá algunas figuras relevantes de EEUU se crean este sinsentido, es posible, pero los verdaderos diseñadores de la política norteamericana no. Comprenden perfectamente que la verdadera amenaza es un «buen ejemplo».

A veces la cuestión se explica con gran claridad. Cuando los políticos norteamericanos estaban planeando derrocar la democracia guatemalteco en 1954, un funcionario del Departamento de Estado señaló que Guatemala se estaba convirtiendo en una amenaza para la estabilidad de Honduras y El Salvador. Su reforma agraria es una poderosa arma de propaganda; su amplio programa social consistente en ayudar a los campesinos contra la opresión de las clases dominantes y de las grandes empresas extranjeras ejerce un importante influjo sobre los pueblos vecinos de América Central, donde se dan las mismas circunstancias.

En otras palabras, lo que Estados Unidos quiere es «estabilidad», lo que significa seguridad para las clases dominantes y las multinacionales. Si este objetivo puede ser alcanzado con una democracia formal, bien, si no la «amenaza a la estabilidad» ejercida por un buen ejemplo tiene que ser destruida antes de que infecte a otros.

De esta manera la más mínima partícula puede ser una amenaza y debe ser eliminada.


El mundo tripolar

Desde principios de la década de los setenta el mundo ha sido empujado a lo que se ha dado en llamar tripolarismo o trilateralismo, tres grandes bloques económicos que compiten entre sí. El primero está basado en el yen con Japón en el centro y las antiguas colonias japonesas en la periferia. Durante los años treinta y cuarenta Japón denominó a esta entidad la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia del Sudeste. El conflicto con EEUU tuvo su origen en el intento japonés de ejercer el mismo control en su esfera que Occidente ejercía en las suyas. Pero después de la guerra nos apresuramos a reconstruir para ellos su región. Entonces ya no se tuvo problemas con la explotación japonesa de la zona; ellos debían limitarse a ejercer su poder bajo nuestra supervisión.

Existe una gran cantidad de tonterías escritas sobre el hecho de que Japón se haya convertido en uno de nuestros competidores, lo que viene a probar cuán caballerosos somos y cómo permitimos la reconstrucción de nuestros enemigos. No obstante, las opciones políticas fueron menos timoratas. Una consistía en restaurar el imperio japonés, pero ahora bajo nuestro control, y en efecto ésta ha sido la política seguida.

La otra opción consistía en mantenerse fuera de la región y permitir a Japón y al resto de Asia seguir su propio camino de independencia, excluyéndolos de la «Gran Zona» bajo control estadounidense. Esto era impensable.

Y además, después de la II Guerra Mundial, Japón no era contemplado como un posible competidor, ni siquiera en un remoto futuro. Se tenía asumido que Japón, con el tiempo, podría producir gran cantidad de chucherías, pero no mucho más. (Había un fuerte elemento de racismo en esta concepción). Japón se recuperó debido en gran parte a la guerra de Corea y a la guerra de Vietnam, que estimularon su producción y agigantaron sus beneficios.

Unos pocos políticos norteamericanos fueron más avispados, entre los que se encontraba George Kennan. Propuso que Estados Unidos alentara la industrialización japonesa, pero con un límite: nosotros controlaríamos sus importaciones petrolíferas. Kennan mantenía que esto nos proporcionaría un poder de veto sobre Japón, en caso de que quisiera propasarse. El gobierno escuchó este consejo, y mantuvo un estrecho control sobre las importaciones y las refinerías. Hasta principios de los años setenta, los japoneses sólo controlaban el 10% de sus suministros petrolíferas.

Ésta es una de las principales razones por la que Estados Unidos ha estado tan interesado en el petróleo de Oriente Medio. No necesitábamos petróleo para nosotros; hasta 1968 Norteamérica lideraba la producción mundial de crudo. Pero necesitábamos tener bien sujeta en nuestras manos esta fuente de poder, y asegurar que los beneficios fueran a parar a Gran Bretaña y los propios EEUU.

Y es precisamente por esto que hemos mantenido bases militares en Filipinas. Forman parte de un sistema global de intervención que apuntaba a Oriente Medio, con el fin de asegurarnos que los «nativos» no sucumbieran al «ultranacionalismo».

El segundo bloque competitivo importante está basado en Europa y liderado por Alemania. Todavía queda un largo trecho por recorrer para consolidar la Comunidad Europea. Europa tiene un sistema económico más vasto que EEUU, una mayor población, y ésta es más culta. Si alguna vez consigue actuar unido e integrar su poder, Estados Unidos podría tornarse en una potencia de segundo orden. Esto sería aún más probable si Alemania lidera al resto de Europa en el proceso de reconstruir la economía de los países del Este y situarles en su papel tradicional de corte colonial, básicamente parte del Tercer Mundo.

El tercer bloque está basado en el dólar y la dominación norteamericana. Recientemente se extendió hasta englobar a Canadá, nuestro principal socio comercial, y pronto incluirá a México y otras partes del hemisferio a través de acuerdos de libre comercio, diseñados fundamentalmente para satisfacer los intereses de los inversores norteamericanos y sus socios.

Siempre hemos creído que América Latina nos pertenecía por derecho. Como Henry Stimson (secretario de Guerra bajo Roosevelt y Taft, y secretario de Estado en la administración Hoover), apuntó una vez, «es nuestra pequeña región, que nunca ha preocupado a nadie». Asegurar el bloque basado en el dólar significa frustrar el desarrollo y la independencia de América Central y del Caribe.

Hasta que no se comprenda nuestra lucha con nuestros rivales industriales y con el Tercer Mundo, la política exterior nortearnericana parecerá una serie de crasos errores, incoherencias y confusiones. En realidad, nuestros líderes han hecho una buena labor y han disfrutado de cierto éxito en sus tareas rutinarias, siempre dentro de unos ciertos límites.

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