27 diciembre, 2005

Empatía y "Laissez-Faire"

Durante mucho tiempo me han llamado la atención los insectos sociales que se comportan como un solo ente unificado, como las hormigas, que trabajan como un ser único y con el mismo propósito; proteger y proveer a la comunidad de lo necesario para la perpetuación de sus genes. Diferentes estratos de seres cumpliendo funciones distintas, todos ellos enfocados en un objetivo, proteger y nutrir a los miembros más importantes de la colonia; la reina y su reciente descendencia. Todos los demás miembros de la colonia son descartables en cuanto sean necesarios para el cumplimiento del fin último. Es así como las hormigas más jóvenes son comisionadas a actividades alrededor de la reina y no salen del nido. A medida que van llegando al fin de su vida útil son enviadas afuera, a actividades mas riesgosas como recolectar, explorar y hacer la guerra.

Haciendo un parangón, el ser humano comparte hasta cierto grado algunas características de comportamiento con las hormigas, pues vivimos en comunidad y como las hormigas necesitamos unos de otros para sobrevivir.

Pero somos entes biológico con la inteligencia suficiente para razonar y esto nos hace únicos entre las especies del planeta. Somos mamíferos superiores, sociales y gracias a nuestra capacidad de raciocinio podemos hacer la introspección necesaria para reconocernos ocupando un lugar en el mundo. Privilegiados por “saber” que somos algo que piensa y que estamos aquí. Privilegiados porque somos creación divina hecha a imagen y semejanza de un Dios omnipotente. Pero si un Dios invisible nos hizo, fuimos nosotros quienes hicimos la sociedad y esta sociedad está viviendo tiempos violentos. La psiquis del Homo Sapiens Sapiens no está entregando buenos frutos y después de 10.000 años de evoluciones e involuciones culturales estamos llegando a la cúspide... pero de la locura. Soterradamente estamos comenzando a cosechar los frutos de nuestra propia desidia, de nuestro “dejar hacer”, de entregar nuestra vida a otros que nos miran como cerdos en camino al matadero. Nos hemos acostumbrado a la violencia del diario vivir, perdiendo cada día un poco de humanidad y reemplazandola por “otras” cosas. Se nos va lo bueno y no hay remedio porque no tenemos la agudeza mental o la voluntad espiritual para evitarlo. Se nos va la empatía por los demás, nos ha sido arrebatada. Se nos va y no seremos más lo que fuimos porque ya no sentiremos más pena, alegría o amor verdaderos.

Cada día parece haber más gente obnubilada por las cosas que brillan en la cajita idiota que es la televisión. Gente ensoñada con la moda, esclava de la belleza física, enfrascada en la lucha inútil de los deportes comerciales, impactada por las notas policiales que son solo un show, volando sus neuronas con música, acaparando lo “chic”, estrenando lo “top”, escapando lejos de si con drogas, sexo y alcohol, viviendo la fiesta eterna, gozando la vanidad de ser moderno, viviendo el hoy, el ahora y solo para si mismo. Hoy cada día existen más personas que entregarían su dignidad (o la de otros) para obtener una mejor posición social y más riqueza.

Cada día parece haber más torturadores y curiosamente, más gente indiferente con los torturados, porque es un tema feo, es el problema de otros, es que son terroristas y se lo buscaron, es que son bestias y merecen ser tratados como animales, es que eso no me va a suceder a mi...

Cada día parece haber una involución del corazón, para favorecer a la mente técnica, que a la postre no sabe razonar, solo reaccionar ante los estímulos básicos del animal, seguir la imagen tecnotrónica de los juegos de video con toda la dedicación, con todos los sentidos, sin sentimientos que no sean el odio y la violencia. Seguir a la masa. Comprar, comprar, consumir, consumir, desechar, desechar.

Parece que cada día son más los canales, grandes medios y sus comentaristas que nos indican la posición política, religiosa o valórica “correcta” versus lo “equivocado”, con insistencia tal que cambian, mezclan, confunden y debilitan la verdadera postura de opinión. Matan al disidente, aplastan al librepensador, encadenan al ciudadano de su propio mundo.

Tengo la visión de una sociedad que se va enclaustrando en la individualidad, una sociedad que mantiene sus valores no en si misma sino en una elite que le dicta su actuar, cerrando sus accesos a la luz de lo que verdaderamente está pasando a su alrededor, sumergiéndose en la oscuridad de la mente inconexa con el mundo real, desoyendo el sentido común y reemplazándolo por una servil postura de servicio incondicional a la mayor autoridad... la hormiga madre.